El lunes muy de mañana, salió Jesús de casa de su amigo Lázaro en Betania camino de Jerusalén. Por el camino tuvo hambre, y viendo a lo lejos una higuera, se acerco a ver si encontraba algo, pero sólo tenía hojas, ya que todavía no era tiempo de higos. Entonces maldijo a la higuera: “¡Que nadie coma nunca jamás fruto de ti!” Y lo oyeron sus discípulos.
Llegaron a Jerusalén y, entrando en el templo, encontró a los mercaderes y cambistas que dentro de él se dedicaban a vender y comprar, y como lo hiciera tres años antes, comenzó a echarlos fuera diciéndoles: “Escrito está, que mi casa, es casa de oración para todas las gentes, mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones”.
Enterados los jefes de los sacerdotes, y los maestros de la Ley, de lo acaecido, se preguntaban cómo podrían deshacerse de él, pues le tenían miedo, ya que el pueblo estaba embelesado con su enseñanza y admirado de su doctrina.
Entonces los sumos sacerdotes y las autoridades judías, se acercaron a él cuando estaba enseñando a la gente y le preguntaron: “¿Con que autoridad haces estas cosas?” ¿Quién te lo autorizado?. Jesús les contesto: “Yo también os voy hacer una pregunta; si me contestáis, también yo os diré con qué autoridad hago esto. Cuando Juan bautizaba, ¿lo hacia mandado por Dios o era cosa de hombres?
Ellos razonaban entre sí; “si decimos que lo hacía mandado por Dios, nos dirá: Entonces ¿Por qué no le creísteis?, y si respondemos: era cosa de hombres, todo el pueblo nos apedreara, pues esta convencido de que Juan era un profeta. Por eso le contestaron “que no lo sabían”.
Y Jesús les dijo: “Pues yo tampoco os diré con que derecho hago estas cosas”
Y como ya caía la tarde, salió con los Doce para Betania a casa de su amigo Lázaro.
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