viernes, 12 de julio de 2019

MIL Y UNA NOCHE ألف ليلة وليلة

Y CUANDO LLEGO LA NOCHE 824

Y he aquí que, estando yo en aquella ciudad de hermosas casas y de mezquitas innumerables, rememoré que allí era donde había nacido Abdelaziz, el rico joyero, y al recordarlo no pude por menos de lanzar profundos suspiros y de llorar. Y me figuré el dolor de mi padre si hubiese visto la deplorable situación de su hijo único y heredero. Y preocupado con estos pensamientos que me enternecían, llegué, paseando, a orillas del Nilo, por detrás del palacio del sultán. Y he aquí que en una ventana apareció una cabeza arrebatadora, que me dejó inmóvil mirándola. Pero de repente se retiró, y no vi nada más. Y permanecí allí con beatitud hasta la noche, esperando en vano una nueva aparición. Y acabé por retirarme, aunque muy a mi pesar, e ir a pasar la noche en el khan donde paraba.
Pero al día siguiente, como se ofrecieran a mi espíritu sin cesar las facciones de la jovenzuela, no dejé de apostarme debajo de la ventana consabida. Pero fueron vanas mi paciencia y mi esperanza, pues no se mostró el delicioso rostro, si bien se estremeció un poco la cortina de la ventana, y creí adivinar tras de la celosía un par de ojos babilónicos. Y aquella abstención me afligió mucho, sin desanimarme, no obstante, porque no dejé de volver al mismo sitio al día siguiente.
¡Y cuál no sería mi emoción cuando vi entreabrirse la celosía y descorrerse la cortina para dejar aparecer la luna llena de su rostro! Y me apresuré a prosternarme con la faz contra la tierra, y levantándome después, dije: "¡Oh dama soberana! soy un extranjero llegado hace poco a El Cairo y que ha inaugurado su entrada en esta ciudad con la contemplación de tu belleza. ¡Ojalá que el Destino, que me ha conducido de la mano hasta aquí, acabe su obra con arreglo a los deseos de tu esclavo!" Y me callé, esperando la respuesta. Y en vez de contestarme, la joven mostró una actitud tan asustadiza, que no supe si debía permanecer allí o echar a correr. Y me decidí a permanecer en mi puesto aún, insensible a todos los peligros que pudiera correr. Hice bien, pues de pronto la joven se inclinó sobre el alféizar de su ventana, y me dijo con voz temblorosa: "Vuelve a medianoche. ¡Pero huye ahora cuanto antes!" Y tras estas palabras, desapareció con precipitación y me dejó en el límite del asombro, del amor y del júbilo. Y al instante me olvidé de mis desgracias y de mi penuria. Y me apresuré a volver a mi khan para mandar llamar al barbero público, que se dedicó a afeitarme la cabeza, los sobacos y las ingles, a arreglarme y a hermosearme. Luego fui al hammam de los pobres, en donde, por algunas monedas, tomé un baño perfecto y me perfumé y me refresqué para salir de allí completamente aseado y con el cuerpo ligero como una pluma.
Así es que, cuando llegó la hora indicada, a favor de las tinieblas me puse debajo de la ventana del palacio. Y encontré una escala de seda que colgaba desde aquella ventana hasta el suelo. Y como a la sazón no tenía nada que perder más que una vida a la que no me ataba ya ningún lazo y que carecía de sentido, trepé por la escala y penetré por la ventana al aposento. Atravesé rápidamente dos habitaciones y llegué a otra, en donde, sobre un lecho de plata, estaba tendida, sonriendo, la que yo esperaba. ¡Ah, señor mercader, huésped mío, qué encanto era aquella obra del Creador! ¡Qué ojos y qué boca! A su vista sentí que se me huía la razón, y no pude pronunciar ni una palabra. Pero se incorporó ella a medias, y con una voz más dulce que el azúcar cande me dijo que me acomodara a su lado en el lecho de plata. Luego me preguntó con interés quién era. Y le conté mi historia con toda sinceridad desde el principio hasta el fin, sin omitir un detalle.
Y he aquí que la joven, que me había escuchado con mucha atención, pareció realmente conmovida de la situación a que hubo de reducirme el Destino. Y al ver yo aquello, exclamé: "¡Oh mi señora! ¡por muy desgraciado que yo sea, ceso de estar quejoso, ya que eres lo bastante buena para compadecerte de mis desgracias!" Y ella tuvo la respuesta oportuna, e insensiblemente nos enredamos en una charla que cada vez se hizo más tierna e íntima. Y acabó ella por declararme que, por su parte, había sentido cierta inclinación hacia mí al verme. Y exclamé: "¡Loores a Alah, que enternece los corazones y dulcifica los ojos de las gacelas!" A lo cual tuvo ella también la respuesta oportuna, y añadió: "¡Ya que me has enterado de quién eres, Abulcassem, no quiero que sigas ignorando quién soy yo!"
Y tras de quedarse silenciosa un momento, dijo: "Sabe, ¡oh Abulcassem! que soy la esposa favorita del sultán y que me llamo Sett Labiba. Pero a pesar de todo el lujo con que vivo aquí, no soy dichosa. Porque, además de estar rodeada de rivales celosas y prontas a perderme, el sultán, que me ama, no puede llegar a satisfacerme, pues Alah, que distribuye la potencia a los gallos, se olvidó de él al hacer la distribución. Y por eso, al verte bajo mi ventana, lleno de valor y desdeñando el peligro, me pareció que eras un hombre potente. Y te he llamado para hacer la experiencia. ¡De ti, pues, depende ahora demostrarme que no me equivoqué en mi elección y que tu gallardía es igual a tu temeridad!"
Entonces, ¡oh mi señor! yo, que no necesitaba que me incitasen a obrar, puesto que no había ido allí más que para eso, no quise perder un tiempo precioso cantando versos, como es costumbre en tales circunstancias, y me apresté al asalto. Pero en el mismo momento en que nuestros brazos se enlazaban, llamaron fuertemente a la puerta de la habitación.
Y la bella Labiba me dijo muy asustada: "Nadie tiene derecho para llamar así no siendo el sultán: ¡Estamos vencidos y perdidos sin remedio!"
Al punto pensé en la escala de la ventana para escaparme por donde había subido. Pero quiso la suerte que precisamente llegase el sultán por aquel lado; y no me quedaba ninguna probabilidad de fuga. Así es que, tomando el único partido que me quedaba, me escondí debajo del lecho de plata, mientras la favorita del sultán se levantaba para abrir. Y en cuanto la puerta estuvo abierta, entró el sultán seguido de sus eunucos, y antes de que yo tuviese tiempo siquiera para darme cuenta de lo que iba a suceder, me sentí cogido debajo del lecho por veinte manos terribles y negras, que me sacaron como a un fardo y me levantaron del suelo. Y aquellos eunucos corrieron cargados conmigo hasta la ventana, en tanto que otros eunucos negros, cargados con la favorita, ejecutaban la misma maniobra hacia otra ventana. Y todas las manos a la vez soltaron su carga, precipitándonos ambos desde lo alto del palacio al Nilo. 

nota de vertolan:
es un pasaje del cuento " El Tesoro Sin Fondo" de Las Mil y Una noche

1 comentario:

Anónimo dijo...

Seguirás contando el cuento